Con sus ojos grandes y una de sus patas en constante movimiento, el maneki-neko o gato de la fortuna se ha propagado de manera imparable por todo el mundo: ¿quién no ha visto alguno en la biblioteca de una casa, en el mostrador de un restaurant asiático o cerca de la caja registradora de algún supermercado de barrio? Mucho más antiguo que Hello Kitty, su origen es japonés (y no chino, como muchos creen) y su historia se remonta al siglo XVII.
Cuenta la leyenda que durante el período Edo (1615-1868), el templo budista Gotokuji, semidestruido y atravesado por problemas económicos, era habitado por un viejo monje y su gata Tama.
Un día, pasó por allí un hombre de mucha fortuna que fue sorprendido por una gran tormenta: guarecido bajo un árbol, vio una gata blanca, negra y marrón que, con una de sus patas levantada, parecía hacerle señas desde el templo.
El hombre se acercó a la gata y, a los pocos segundos, un rayo cayó sobre el árbol donde se había refugiado. Agradecido, el hombre donó tierras de cultivo y plata para la reconstrucción del templo.
Actualmente, Gotokuji, en la zona de Setagaya, en los suburbios de Tokio, recibe miles de turistas cada año, que se acercan para conocer el lugar donde se originó el maneki-neko (en japonés, neko significa gato y maneki es invitar) y maravillarse con la cantidad y variedad de gatitos de cerámica.
Hay otra historia, que ubica el nacimiento del fetiche en el santuario sintoísta Imado Jinja, al este de Tokio, y ese espacio también es visitado por turistas y amantes de los gatos.
Más allá de esos detalles, lo cierto es que el gato –que no saluda, sino que invita a entrar– es uno de los amuletos japoneses más conocidos.
La versión original es blanca, un color que en Japón está asociado con la pureza, pero pueden encontrarse variados maneki-nekos: los dorados están relacionados con la riqueza; los rojos, con la protección contra las enfermedades; los azules, con la sabiduría y el éxito profesional; los verdes, con el estudio y la educación; los rosados, con el amor; y los negros protegen del mal.
Estos gatos sostienen siempre una moneda de oro antigua, llamada koban, con inscripciones que simbolizan la prosperidad. Asimismo, de sus cuellos cuelga un cascabel que ahuyenta los malos espíritus.
Dicen que su aspecto está inspirado en el Bobtail japonés, una raza con una cola corta parecida a la de un conejo, generada por un gen recesivo.
Talismán para algunos y objeto decorativo para otros, el gato se ubicó recientemente entre los candidatos a convertirse en mascota oficial de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 (la decisión, que se anunciará a fines de febrero, está en manos de los chicos de las escuelas primarias japonesas).
Y aunque no hay datos precisos sobre la cantidad de maneki-nekos que se venden anualmente (la cifra debe ser colosal), el evento deportivo no hará más que potenciar la expansión de este singular y milenario gatito.